En las últimas semanas, en la
sede de la Asociación
de Investigación Cartagena, se había disfrutado de una paz poco usual. Parecía
que los delincuentes se habían ido de vacaciones al mismo tiempo. Era eso o que
la policía actuaba sin dejar a los chicos nada que hacer. Así, Rafa podía
dedicarse tranquilamente a estudiar, junto con Galindo o con Lucas, y preparar
los últimos exámenes, ya que junio se acercaba, implacable, y los chicos no
querían suspender por nada del mundo. Así que mientras todos estudiaban, Javi,
Laura y José Antonio se hacían cargo de la poca tarea que les llegaba.
Ese mismo viernes por la mañana
la tranquilidad se iba a truncar. En cuanto la puerta principal fue abierta, un
hombre entró al recibidor y se dirigió directamente hacia los chicos.
―Buenos
días― saludó Javi.
―No
tienen nada de bueno―respondió
el hombre―. Necesito ayuda y
la policía no me hace caso.
―Típico.
Le invitaron a pasar al despacho
de presidencia.
―Bien― Javi se sentó, y Laura y José
Antonio hicieron lo mismo―.
Siéntese, por favor. Cuéntenos por qué está tan alterado.
―De
acuerdo. Verán, mi nombre es Emilio Torres. Vivo desde hace poco cerca del
puerto, en una casa que alquilé hace cosa de una semana. Parecía todo muy
tranquilo, pero no pasé ni dos noches allí cuando empezaron a ocurrir cosas muy
extrañas.
―Defina
“cosas muy extrañas”―le
pidió Laura.
―Extraños
gemidos por la noche. Sombras extrañas que vagan por la casa. Incluso me
pareció ver a alguien merodeando por allí a eso de las tres y cuarto de la
noche, cuando uno de esos extraños gemidos me despertó de improviso.
―Es
extraño, sin duda… ―dijo
Javi―. ¿Dónde está situada
esa casa?
―La
calle que pasa por encima de la muralla de Carlos III, ¿sabéis cuál os digo? ―los tres asintieron―. Pues allí. ¿Pero dónde va?
Javi se había levantado de su
asiento y escudriñaba en el ordenador un fichero sobre los alquileres de los
apartamentos y pisos de Cartagena, y parecía que había encontrado algo.
―Ajá…
pues parece que no es usted el único al que le parece que pasen cosas raras
ahí. Tengo constancia de dos alquileres previos. El primero, hace tres años. Un
tipo alquiló la casa durante dos semanas y se largó de improviso. La siguiente,
una familia que se fue a vivir allí y estuvo veinte días. Se largaron todos
también sin explicación. Lo que me lleva a que es cierto que pasan cosas raras
allí, porque si no, nadie se explica las espantadas.
―Me
van a ayudar, ¿no?
―Claro…
―dijo Javi, distraídamente,
cerrando el archivo―. Se
conocen varios casos de casas embrujadas en el mundo, pero que haya una aquí no
entraba dentro de lo que yo supiera. Jamás se me habría ocurrido pensarlo.
―¿Qué
vamos a hacer? ―preguntó
Laura.
―Pasaremos
la noche en la casa―dijo
Javi, con tranquilidad―.
¿Hay algo más que quiera añadir?
―Bueno,
es curioso, cuanto menos―
dijo Emilio Torres―. Los
extraños ruidos comenzaron en la planta de arriba, en la habitación contigua a
mi dormitorio. A la segunda noche de ruidos me trasladé al piso de abajo y los
ruidos me persiguieron. Ahora duermo en el salón, y aunque la pasada noche no
ocurrió nada, sigo teniendo miedo.
―Está
acojonado, vamos…― dijo
Javi.
―Exacto.
Esa es la palabra.
―Qué
fino eres―le espetó José
Antonio.
―Me
has entendido, ¿no? Nos vamos a la casa, los tres. Dormiremos allí esta noche y
las sucesivas. Bueno, no pienso dormir en toda la noche porque voy a averiguar
quién o qué produce esos ruidos.
―Me
dan miedo las casas embrujadas―dijo
Laura.
Javi pensó, rápidamente.
―Si
partimos de la hipótesis de que algo o alguien produce ese ruido para echar a
los inquilinos de la casa, no hay nada que temer. Y si los quiere echar, es por
algo. Algo que esconde, tal vez.
Emilio Torres les dio un plano de
la casa y señaló.
―Planta
baja. Por aquí se entra. El recibidor. Al fondo, el salón, y aquí la cocina. Un
dormitorio y aquí un trastero. Dos baños, uno aquí y otro aquí―señaló con el dedo―. Y aquí la planta de arriba. Una
terraza. Mi dormitorio es este, y la habitación contigua es esta otra. Ahí es
donde oí los ruidos la primera noche. En la escalera es donde vi al fantasma,
mirándome fijamente con sus ojos rojos…
―¿No
se ha parado a pensar que en vez de un fantasma es algún imbécil con lentillas
rojas que produce los ruidos y que sólo quiere asustarle para que se largue de
la casa? ―preguntó Javi.
Emilio quedó en silencio.
―Pues…
no lo había pensado…
―De
todas formas iremos esta noche a vigilar―
resolvió el presidente de ADICT.
Laura tragó saliva. No le gustaba
nada la idea.
―Sabéis
―dijo Jose Antonio―, no me atrae la idea de pasar
una noche con vosotros de sujetavelas, porque me da que vais a hacer más ruido
con la cabecera de la cama que el fantasma cuando se asome por…
―¡Cállate
ya! ―bramó Laura―. Siempre estás igual…
A las diez de la noche los tres
chicos habían llegado a la casa. Javi escrutó atentamente cada palmo de la
planta baja. Parecía todo normal. Subió las escaleras. Un único pasillo
comunicaba con las habitaciones. Entró a la habitación donde se producían
aquellos extraños ruidos. Estaba sencillamente amueblada, tan solo una cama,
una mesita de noche y un armario empotrado bastante grande. Javi miró el
armario. Luego, salió al pasillo y miró la pared tras el armario. Volvió a
entrar a la habitación y dirigió de nuevo su mirada al armario.
―Curioso.
―¿Curioso?
¿No has visto nunca un armario o qué? ―preguntó
José Antonio―. ¿Qué crees,
que lleva a Narnia, o algo?
―A
Narnia sí que te voy a mandar yo, pedazo de zopenco―dijo Javi, distraídamente, sin dejar de mirar el
armario―. Bien, cenemos algo
y vayámonos a dormir…
―¿Dónde
dormiremos?
―En
la habitación de al lado. Id bajando a la cocina. Enseguida voy…
Laura y José Antonio bajaron a la
cocina. Javi se quedó en la habitación, mirando el armario como si no hubiera
visto uno en su vida.
―Juraría
que... o no… pero puede ser que… hum… ―murmuraba,
para sí―. En fin…
Dejó la habitación y se dirigió a
la cocina. Se prepararon la cena y a eso de las once se acostaron.
―¿Me
despertáis sobre las tres? ―preguntó
Javi.
―¿Estás
loco? ―replicó José Antonio,
metido en una cama plegable que habían puesto al lado―. ¿A las tres nada menos, loco?
―Oye,
peores cosas se han visto…
―Yo
te despierto―le dijo Laura―. ¿Pero para qué?
―Oh,
ya lo verás.
Así hizo Laura. Puso un
despertador a las tres de la mañana, que sonó, despertando a los chicos a esa
hora.
―Tengo
sueño―se quejó José Antonio.
―Cállate―dijo Javi, en voz casi inaudible―. Si mis cálculos son correctos,
y suelen serlo, dentro de diez minutos a través de ese tabique, que separa
nuestra habitación de la contigua, podremos oir el ruido al que se refiere
nuestro amigo Emilio.
―El
único ruido que llevo oyendo yo toda la noche son tus ronquidos― dijo José Antonio.
―Pero
si yo no ronco…
―Joder
que no, pareces un armadillo en celo.
―¿Armadillo
en…? ¿Pero eres tonto?
―Ah,
callaos de una vez, parecéis un matrimonio―se
quejó Laura.
Y entonces se oyó. Un ruido, un
siseo que provenía de la habitación de al lado. Los tres quedaron quietos. Pero
entonces, agarrando su arma, Javi saltó de la cama y entró en tromba a la
habitación de al lado. No salió de su asombro cuando se la encontró vacía.
Laura le había seguido.
―¿Qué
esperabas encontrar? ―preguntó.
―A
alguien― respondió él, que
parecía desconcertado. Miró de nuevo hacia el armario, ceñudo―. En esta habitación había
alguien. Me juego lo que sea. El ruido ha parado en cuanto he salido al
pasillo, ergo quienquiera que lo estuviera haciendo se ha largado.
―¿Pero
cómo puedes saberlo? Mira a tu alrededor, no hay nadie.
Volvieron a su dormitorio. Javi
seguía con expresión de desconcierto. José Antonio dormía como un tronco. O eso
parecía.
―Qué
gran ayuda eres, tío… ―dijo
Javi.
Volvieron a dormirse. Así fue la
primera noche en la casa. Pero la segunda noche fue igual. Exactamente igual.
Sobre las tres, se oyó aquel siniestro ruido. Javi saltó de su cama y entró a
la habitación contigua en tromba, encontrando que no había nadie allí.
―¿Y
si son fantasmas? ―preguntó
Laura.
―Estupideces.
Hay casas encantadas en el mundo, es cierto, pero esta no es una de ellas.
Estos ruidos son provocados.
Y se oyó un siseo justo en la
planta de abajo. José Antonio llegó a la habitación.
―Eso
viene de la habitación justo que hay debajo de esta en la que estamos ahora― dijo.
―¿Estás
seguro?
―Totalmente.
―¿Te
quedas aquí y le atizas a cualquiera que entre?
―Por
supuesto…
Javi salió disparado escaleras
abajo, pistola en mano. La escalera estaba despejada. Pero abajo no había
nadie. Echó un vistazo a la habitación que había justo debajo del cuarto donde
se habían producido los ruidos y de la que, según José, había surgido el ruido
por última vez.
―Esto
es delirante― se dijo Javi―. Ya sé qué haré mañana…
Al día siguiente se despertaron
temprano y desayunaron. A eso de las once Javi cogió una cinta métrica y
comenzó a medir habitaciones como un loco, de ancho y de largo, tanto por
dentro como por fuera de la casa.
―¿Qué
le pasa? ―preguntó Jose
Antonio.
―Habrá
encontrado algo. O eso o se ha vuelto loco.
Dos horas después, antes de
comer, Javi estaba visiblemente satisfecho.
―¿Qué
pasa? ―preguntó Laura.
―Chica
guapa, lo tengo. No hay fantasmas aquí, eso te lo aseguro. Esta noche lo
comprobarás. Y ahora, disfrutemos del resto del día tranquilamente.
―Oh,
sí que hay fantasmas aquí, tú eres uno de ellos―dijo
José Antonio, con desdén.
―Eres
muy gracioso, pero le tengo que dar las gracias a tu oído― comentó Javi, con deje de
misterio.
Esa misma noche, a las dos y
media, Javi se levantó.
―Laura,
en cinco minutos ve a la habitación de donde proceden los ruidos. José, en
cinco minutos tú ve a la de abajo. La que oíste ayer. ¿Vale?
―Claro
como el agua―dijo Laura.
Javi salió de la habitación.
Dónde fue, no lo sabían Laura ni José, pero cumplieron la orden. A las tres de
la mañana, nada ni nadie produjo ningún tipo de ruido siniestro. Por el
contrario, se oyeron golpes que provenían de alguna parte y, de pronto, Javi
salió por el armario empotrado de la habitación que vigilaba Laura con un tipo
a rastras. El hombre llevaba una grabadora y un amplificador de sonido en las
manos.
―He
aquí al fantasmón de cementerio―dijo
Javi, lanzándolo despectivamente contra la cama. El hombre cayó bocabajo,
aturdido―. ¡José, sube!
José Antonio subió al dormitorio.
―¿Pero
qué… cómo…? ―Laura estaba
desconcertada.
―Me
llamó mucho la atención un armario empotrado aquí, por eso me quedé mirándolo.
Y más aún cuando vi el de abajo, que coincidía exactamente en posición con
este. Estaban justo uno encima del otro. Y fíjate en las medidas interiores de
la casa, que anoté esta mañana ―sacó
un papelito arrugado del bolsillo―.
Compáralas con las exteriores. Éstas son mucho más grandes. Eso me dio pie a
pensar que dentro de la casa había algún paso secreto. Más concretamente, estos
extraños armarios, que son en realidad un ascensor secreto que comunica el piso
de abajo con el de arriba. Este miserable no tenía más que entrar por las
noches, hacer ruidos y espantar a los inquilinos. Y con eso la casa queda
embrujada.
―¿Pero
por qué iba alguien a hacer eso?
―Porque
este desgraciado ha estado usando la casa como escondite de los botines que
roba poco a poco. Un día un poco de un súper, otro día otro poco de la tienda
de los chinos, y poco a poco, día a día, y mientras consiguiese mantener la
reputación de casa embrujada y que nadie se acercara, podría seguir con sus
pequeños robos y guardarlos todos en alguna parte de esta casa. Más
concretamente en un hueco de este ascensor tan majo que se ha improvisado con
los armarios. Si los inquilinos de la casa no se iban del susto, entraba en sus
habitaciones con unas lentillas rojas y hasta arriba de maquillaje para asustarles
y ya poco duraban aquí.
―Sois
unos metomentodo―les espetó
el tipo, tirado en la cama.
―Y
tú vas a ir a la cárcel. Creo que le podemos quitar el cartel de casa embrujada
a este piso, es muy majo.
―Sí― dijo Laura―, creo que don Emilio Torres
estará encantado de volver aquí.
―José,
llama a don Alfredo y que mande un par de polis―dijo
Javi―. Creo que nos
agradecerán haber resuelto otro marrón.
El dinero robado fue recuperado
del hueco del armario – ascensor. No se sabe qué pasó con el ladrón, pero desde
luego en Cartagena no se supo más de él. Emilio Torres volvió a la casa y la ADICT se apuntó otro éxito
más que añadir a su lista.